29 diciembre 2008

WBK al aparato

“No sé cómo hay escritores que todavía creen

en la inmortalidad literaria.

Me dan ganas de abofetearlos

para que reaccionen

y salven su vida”


Roberto Bolaño

Roma ayer por la mañana

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Las hormigas se comerán a Roma, está dicho. Entre las lajas andan; loba, ¿qué carrera de piedras preciosas te secciona la garganta? Por algún lado salen las aguas de las fuentes, las pizarras vivas, los camafeos temblorosos que en plena noche mascullan la historia, las dinastías y las conmemoraciones. Habría que encontrar el corazón que hace latir las fuentes para precaverlo de las hormigas, y organizar en esta ciudad de sangre crecida, de cornucopias erizadas como manos de ciego, un rito de salvación para que el futuro se lime los dientes en los montes, se arrastre manso y sin fuerza, completamente sin hormigas.


Julio Cortazar

24 diciembre 2008

1933 en el fondo es igual que hoy

El futurismo ha transformado radicalmente la literatura con las palabras en libertad, la aeropoesía y el estilo palabralibre veloz y simultáneo, eximiendo al teatro del aburrimiento mediante síntesis sorpresa ilógicas y dramas de objetos, magnificando la plástica con el antirrealismo, el dinamismo plástico y la aeropintura, creando el esplendor geométrico de una arquitectura dinámica que utiliza sin decoración y líricamente los nuevos materiales de construcción y el cine y la fotografía abstractos.

El Futurismo en su 2º Congreso nacional ha decidido superar lo siguiente:

Superar el amor por la mujer "con un amor más intenso por la mujer en contra de las desviaciones erótico-sentimentales de muchas vanguardias extranjeras, cuyas expresiones artísticas han caído en el fragmentarismo y en el nihilismo".

Superar el patriotismo "con un patriotismo más ferviente transformado así en auténtica religión de la Patria advirtiendo a los semitas que se identifiquen con sus distintas patrias si no quieren desaparecer".

Superar la máquina "con una identificación del hombre con la máquina misma destinada a liberarlo del trabajo físico y a engrandecer su espíritu".

Superar la arquitectura de Sant’Elia "hoy victoriosa con una arquitectura de Sant’Elia todavía más repleta de color lírico y originalidad en sus descubrimientos".

Superar la pintura "con una aeropintura vivida más intensamente y una plástica polimatérica-táctil".

Superar la tierra "con la intuición de los medios imaginados para realizar un viaje a la Luna".

Superar la muerte "con una metalización del cuerpo humano y la purificación del espíritu vital como fuerza mecánica".

Superar la guerra y la revolución "con una guerra y una revolución artístico-literaria de bolsillo cada década o cada dos décadas a modo de revólver indispensable".

Superar la química "con una química alimenticia perfeccionada con vitaminas y calorías gratis para todos".

Ahora poseemos una televisión de cincuenta mil puntos para cada imagen grande en pantalla grande. Esperamos el invento del teletactilismo, del teleperfume y del telesabor. Nosotros futuristas perfeccionamos la radiodifusión destinada a multiplicar el genio creador de la raza italiana, abolir el antiguo tormento nostálgico de las distancias e imponer por todas partes las palabras en libertad como lógico y natural modo de expresión.

LA RADIA, nombre que nosotros futuristas damos a las grandes manifestaciones de la radio es TODAVIA HOY a) realista b) cerrada en un escenario c) idiotizada por la música que en lugar de desarrollarse en la originalidad y variedad ha alcanzado una repugnante monotonía negra y lánguida d) una imitación excesivamente tímida del teatro sintético futurista y de las palabras en libertad de los escritores de vanguardia.

Alfredo Golsmith de la Radio de Nueva York ha dicho "Marinetti ha inventado el teatro eléctrico. Variados en su concepción los dos teatros tienen un punto de contacto en el hecho de que para su realización no pueden prescindir de un trabajo de integración, de un esfuerzo de inteligencia por parte de los espectadores. El teatro eléctrico requerirá un esfuerzo de imaginación primero de los autores, después de los actores y después de los espectadores".

También los teóricos y los actores franceses, belgas y alemanes de radiodramas vanguardistas (Paul Reboux, Theo Freischinann, Jacques Rece, Alex Surchaap, Tristan Bernard, F.W. Bischoff, Víctor Heinz Fuchs Friedrich, Wolf Mendelssohn etc.) elogian e imitan el teatro sintético futurista y las palabras en libertad, aunque todos están todavía obsesionados por un realismo puro ya superado.

La Radia no debe ser

1) teatro, porque la radio ha asesinado al teatro ya vencido por el cine sonoro.

2) cine, porque el cine está agonizando a) por una temática de rancio sentimentalismo b) por un realismo aún envuelto en ciertas síntesis simultáneas c) por infinitas complicaciones técnicas d) por un colaboracionismo banal y fatídico e) por una luminosidad reflejada inferior a la luminosidad autoemitida de la radiotelevisión.

3) libro, porque el libro tiene la culpa de haber dejado miope a la humanidad, implica algo pesado, estrangulado, ahogado, fosilizado y congelado (sólo vivirán las grandes mesas de palabras libres y luminosas, la única poesía que necesita ser vista).

La Radia suprime

1) el espacio o escenario necesario en el teatro, incluyendo el teatro sintético futurista (acción que se desarrolla en un escenario fijo y estable) y en el cine (acciones que se desarrollan en escenas rapidísimas variabilísimas simultáneas y siempre realistas).

2) el tiempo.

3) la unidad de acción.

4) el personaje teatral.

5) el público entendido como masa juez autoelegido sistemáticamente, hostil y servil, siempre tradicionalista, siempre retrógrado.

La Radia será

1) Libertad desde cada punto de contacto con la tradición literaria y artística. Cualquier tentativa de relacionar la Radia con la tradición es grotesca.

2) Un arte nuevo que empieza donde acaban el teatro, el cine y la narración.

3) Magnificación del espacio. No más visible ni enmarcable, la escena se convierte en universal y cósmica.

4) Recepción, amplificación y transfiguración de vibraciones emitidas por seres vivos, por espíritus vivos o muertos, dramas de estados de ánimo ruidosos sin palabras.

5) Recepción, amplificación y transfiguración de vibraciones emitidas por la materia. Como hoy escuchamos el canto del bosque y del mar mañana seremos seducidos por las vibraciones de un diamante o de una flor.

6) Puro organismo de sensaciones radiofónicas.

7) Un arte sin tiempo ni espacio, sin ayer ni mañana. La posibilidad de sintonizar estaciones emisoras situadas en diversas frecuencias horarias y la pérdida de la luz destruirá las horas el día y la noche. La recepción y la amplificación destruirán el tiempo con las válvulas termodinámicas de la luz y de las voces del pasado.

8) Síntesis de infinitas acciones simultáneas.

9) Arte humano universal y cósmico como voz con una verdadera psicología-espiritualidad de los ruidos de las voces y del silencio.

10) Vida característica de cada ruido e infinita variedad de concreto-abstracto y de real-soñado mediante un pueblo de ruidos.

11) Lucha de ruidos y de diversas distancias esto es un drama espacial unido al drama temporal.

12) Palabras en libertad. La palabra se ha ido desarrollando gradualmente como colaboradora de la mímica y del gesto. Es necesario que la palabra se cargue con toda su potencia esencial y totalitaria que en la teoría futurista se llama palabra-atmósfera. Las palabras en libertad, hijas de la estética de la máquina, contienen una orquesta de ruidos y de acordes ruidosos (realistas y abstractos) que sólo pueden ayudar a la palabra coloreada y plástica en la representación fulgurante de lo que no se ve. Si no desea recurrir a las palabras en libertad el radiasta debe expresarse en ese estilo palabralibre (derivado de nuestras palabras en libertad) que ya circula en las novelas vanguardistas y en los periódicos, ese estilo palabralibre típicamente veloz destellante, sintético y simultáneo.

13) Palabra aislada, repeticiones de verbos en infinitivo.

14) Arte esencial.

15) Música gastronómica, amorosa, gimnástica, etc.

16) Utilización de ruidos, de sonidos, de acordes, de armonías, simultaneidades musicales o ruidosas de silencios, todos con sus graduaciones de dureza in crescendo y in decrescendo que se convertirán en los extraños pinceles para pintar, delimitar y colorear la oscuridad infinita de la Radia dando cubicidad, redondez esférica, en definitiva geometría.

17) Utilización de las interferencias entre las emisoras y del nacimiento y de la evanescencia de los sonidos.

18) Delimitación y construcción geométrica del silencio.

19) Utilización de las distintas resonancias de una voz o de un sonido para dar el sentido de la amplitud del local dónde la voz se expresa.
Caracterización de la atmósfera silenciosa o semisilenciosa que envuelve y colorea una determinada voz/sonido/ruido.

20) Eliminación del concepto o fascinación del público que ha padecido una influencia deformante y perniciosa por el libro.

LA RADIA (1933) : F. T. MARINETTI y PINO MASNATA

18 diciembre 2008

ReBueno... al menos juntando letras

ECHE VEINTE CENTAVOS EN LA RANURA (1926)

I
A pesar de la sala sucia y oscura
de gentes y de lámparas luminosa
si quiere ver la vida color de rosa
eche veinte centavos en la ranura.
Y no ponga los ojos en esa hermosa
que frunce de promesas la boca impura.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.

II
Lamparillas de la Kermesse,
títeres y titiriteros,
volver a ser niño otra vez
y andar entre los marineros
de Liverpool o de Suez.

III
Teatrillos de utilería.
Detrás de esos turbios cristales
hay una sala sombría.
Paraísos artificiales.

IV
Cien lucecitas. Maravilla
de reflejos funambulescos.
¡Aquí hay mujer y manzanilla!
Aquí hay olvido, aquí hay refrescos.
Pero sobre todo mujeres
para hombres de los puertos
que prenden como alfileres
sus ojos en los ojos muertos.

No debe tener esqueleto
el enano de Sarrasani,
que bien parece un amuleto
de la joyería Escasany.
Salta la cuerda, sáltala,
ojos de rata, cara de clown
y el trala-trala-trálala
ritma en tu viejo corazón.

Estampas, luces, musiquillas,
misterios de los reservados
donde entrarán a hurtadillas
los marinos alucinados.
Y fiesta, fiesta casi idiota
y tragicómica y grotesca.
Pero otra esperanza remota
De vida miliunanochesca…

V
¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!
Entrar con un miedo profundo
pensando en la giganta de Baudelaire…
Nos engañaremos, no hay duda,
si desnuda nunca muy desnuda,
si barbuda nunca muy barbuda
será la mujer.
Pero ese momento de miedo profundo…

¡Qué lindo es ir a ver
la mujer
la mujer más gorda del mundo!

VI
Y no se inmute, amigo, la vida es dura,
con la filosofía poco se goza.
Eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.


Raúl González Tuñón

16 diciembre 2008

Philip K. Vs Hal Hartley


"La elección humana es imposible sin el conocimiento, y la elección adecuada sólo es posible allí donde el conocimiento es completo y está científicamente organizado. Eso es lo que nos diferencia de las bestias."
Confesiones de un artista de mierda, 1.959




PD: Hoy Dick cumpliria 80.

Nuevas Matematicas

elmundo.es:
Las lluvias han provocado el derrumbe de tres plantas de un hotel de dos plantas en Cala Rajada.

12 diciembre 2008

Bolaño, epidemia

Jorge Volpi

El último latinoamericano

Tras una larga enfermedad, Roberto Bolaño murió el 14 de julio de 2003. Ese día, cerca de la medianoche, se volvió inmortal. Cierto: poco antes había empezado a paladear eso que las revistas del corazón llaman las mieles de la fama, o al menos de esa fama lerda y un tanto escuálida a la cual aspira un escritor. Apenas unos días atrás, en Sevilla, donde se aprestaba a leer su casi siempre mal citada o de plano incomprendida conferencia “Sevilla me mata”, él mismo se había apresurado a buscar un ejemplar del periódico francés Libération porque le dedicaba la primera plana de su suplemento, y ya sabemos que para cualquier escritor latinoamericano –y Bolaño, pese a ser el último, lo era– no existe mayor celebridad que los halagos pedantes y un punto achacosos de la izquierda intelectual francesa. Como todo escritor que se respete, Bolaño se reía a carcajadas de las mieles de la fama y se pitorreaba de la izquierda intelectual francesa, pero el sabor almibarado de los artículos y críticas que lo ponían por los cielos endulzó un poco sus últimos días. En resumen: antes de morir, Bolaño alcanzó a entrever, con la ácida lucidez que lo caracterizaba, que estaba a punto, a casi nada, de convertirse en un escritor famoso pero, aunque era consciente de su genio –tan consciente como para despreciarlo–, quizás no llegó a imaginar que muy poco después de su muerte, que también entreveía, no sólo iba a ser definido como “uno de los escritores más relevantes de su tiempo”, como “un autor imprescindible”, como “un gigante de las letras”, sino también como “una epidemia” y como “el último escritor latinoamericano”. Pero así es: murió Bolaño y murieron con él, a veces sin darse cuenta –aún hay varios zombis que deambulan de aquí para allá–, todos los escritores latinoamericanos. Lo digo clara y contundentemente: todos, sin excepción.

Lo anterior podría sonar como una típica boutade de Bolaño, y podría serlo: murió Bolaño y con él murió esa tradición, bastante rica y bastante frágil, que conocemos como literatura latinoamericana (marca registrada). Por supuesto aún hay escritores nacidos en los países de América Latina que siguen escribiendo sus cosas, a veces bien, a veces regular, a veces mal o terriblemente mal, pero en sentido estricto ninguno de ellos es ya un escritor latinoamericano sino, en el mejor de los casos, un escritor mexicano, chileno, paraguayo, guatemalteco o boliviano que, en el peor de los casos, aún se considera latinoamericano. Fin de la boutade.

Bolaño conocía perfectamente la tradición que cargaba a cuestas, los autores que odiaba y los que admiraba, los cuales en no pocas ocasiones eran los mismos. No los españoles (que despreciaba o envidiaba), no los rusos (que lo sacudían), no los alemanes (que le fastidiaban), no los franceses (que se sabía de memoria), no los ingleses (que le importaban bien poco), sino los escritores latinoamericanos que le irritaban y conmovían por igual, en especial esa caterva amparada bajo esa rimbombante y algo tonta onomatopeya, Boom. Cada mañana, luego de sorber un cortado, mordisquear una tostada con aceite y hacer un par de genuflexiones algo dificultosas, Bolaño dedicaba un par de horas a prepararse para su lucha cotidiana con los autores del Boom. A veces se enfrentaba a Cortázar, al cual una vez llegó a vencer por nocaut en el último round; otras se abalanzaba contra el dúo de luchadores técnicos formado por Vargas Llosa y Fuentes; y, cuando se sentía particularmente poderoso o colérico o nostálgico, se permitía enfrentar al campeón mundial de los pesos pesados, el destripador de Aracataca, el rudo García Márquez, su némesis, su enemigo mortal y, aunque sorprenda a muchos –en especial a ese sabelotodo que hace las veces de su albacea oficioso y oficial–, su único dios junto con ese dios todavía mayor, Borges.

Bolaño, cuando todavía no era Bolaño sino Roberto o Robertito o Robert o Bobby –no sé de nadie que lo llamara así, pero da igual–, creció, como todos nosotros, a la sombra de esa pandilla todopoderosa y aparentemente invencible, esos superhéroes vanidosos reunidos en el Salón de la Justicia que montaban en Barcelona o en La Habana o en México o en Madrid o dondequiera que su manager los llevase. Bolaño los leyó de joven, los leyó de adulto y tal vez los hubiese releído de viejo: nombrándolos o sin nombrarlos, cada libro suyo intenta ser una respuesta, una salida, una bocanada de aire, una réplica, una refutación, un homenaje, un desafío o un insulto a todos ellos. Todas las mañanas pensaba cómo torcerle el pescuezo a uno o cómo aplicarle una llave maestra a otro de esos viejos que, en cambio, dolorosamente, nunca lo tomaron en cuenta o lo hicieron demasiado tarde.

Si hemos de pecar de convencionales, convengamos con que la edad de oro de la literatura latinoamericana comienza en los sesenta, cuando García Márquez, que aún era Gabo o Gabito, pregunta: ¿qué vamos a hacer esta noche?, y Fuentes, que siempre fue Fuentes, responde: lo que todas las noches, Gabo, conquistar el mundo. Y concluye, cuarenta años más tarde, en 2003, cuando Bolaño, ya siendo Bolaño, se presenta en Sevilla y anuncia, soterradamente, casi con vergüenza, que su nuevo libro está casi terminado, que la obra que al fin refutará y completará y dialogará y convivirá con La casa verde y Terra Nostra y Rayuela y sí, también, con Cien años de soledad, está casi lista, aun si ese casi habrá de volverse eterno porque Bolaño también presiente que no alcanzará a acabar, y menos aún a ver publicado, ese monstruo o esa quimera o ese delirio que se llamará, desafiantemente, 2666.



Todos somos Bolaño

Somos una pandilla de escritores jóvenes, o más bien de escritores un tanto traqueteados, incluso viejos o casi decrépitos, aunque sí bastante inmaduros, todos menores de cuarenta años, reunidos en otro congreso de escritores jóvenes –jóvenes por decreto, insisto–, en la fría y acogedora ciudad de Bogotá. Treinta y ocho escritores (falta uno de los invitados) listos para discutir sobre un tema soso y vano como el futuro de la literatura latinoamericana, signo evidente de que los organizadores del encuentro no saben que, desde la muerte de Bolaño, la literatura latinoamericana ya no tiene futuro sino sólo pasado, un pasado bastante elocuente y rico, todo hay que decir. Los treinta y ocho que estamos allí, en Bogotá, admiramos la ciudad y admiramos la forma de bailar de las chicas locales –tarea muy bolañesca– y, mientras tomamos mojitos y aguardientes, nos comportamos como colegiales, quizás porque desearíamos ser colegiales. Ajeno a nuestra apatía, el público insiste en preguntarnos por el futuro de la literatura latinoamericana, por su presente (que en teoría encarnamos), y por los rasgos que nos diferencian de nuestros mayores, es decir de los escritores latinoamericanos que tienen más de treinta y nueve años, once meses y treinta días. Nos miramos los unos a los otros, confundidos o más bien perplejos de que a alguien le preocupe semejante tema, procuramos no burlarnos –a fin de cuentas somos los invitados, el presente y el supuesto futuro de la literatura latinoamericana–, y respondemos, a media voz, lo más educadamente posible, que no tenemos la más puñetera idea de cuál es nuestro futuro y que hasta el momento no hemos encontrado un solo punto común que nos una o amalgame o integre –fuera de nuestro amor por Bogotá y por los mojitos–, pero como a nadie le convencen nuestras evasivas, por más corteses que sean, nos esforzamos y al final encontramos un punto en común entre todos, un hilo que nos ata, un vínculo del que nos sentimos orgullosos, y entonces pronunciamos en voz alta, envanecidos, sonrientes para que las fotografías den cuenta de nuestras dentaduras perfectas de escritores latinoamericanos menores de cuarenta, su nombre.

Bolaño, decimos. Bolaño.

El paraguayo admira a Bolaño, los argentinos admiran a Bolaño, los mexicanos admiramos a Bolaño, los colombianos admiran a Bolaño, la dominicana y la puertorriqueña admiran a Bolaño, el boliviano admira a Bolaño, los cubanos admiran a Bolaño, los venezolanos admiran a Bolaño, el ecuatoriano admira a Bolaño, vaya, hasta los chilenos admiran a Bolaño. Poco importa que en lo demás no coincidamos –excepto en nuestra fascinación por los mojitos y el aguardiente–, que nuestras poéticas, si es que tan calamitosa expresión aún significa algo, no se parezcan en nada, que unos escriban de esto y otros de aquello, que a unos les guste encharcarse en la política, y a otros abismarse en el estilo, y a otros nadar de muertito, y a otros hacer chistes verdes o amarillos, y a otros irse por la tangente, y a otros machacarnos con detectives y asesinos seriales, y a otros más darnos la lata con la intimidad femenina o masculina o gay: todos, sin excepción, queremos a Bolaño.

¿Extraño, verdad? Creo que a Bolaño le hubiese parecido aún más extraño, aunque también hubiese aprovechado para darse un baño en las aguas de nuestro entusiasmo, qué le vamos a hacer. Porque lo más curioso es que, en efecto, los escritores que tienen más de treinta y nueve años, once meses y treinta días –con las excepciones de algunos hermanos mayores, en especial el trío de rockeros achacosos formado por Fresán, Gamboa y Paz Soldán– por lo general no admiran a Bolaño, o lo admiran con reticencias, o de plano lo detestan o les parece, simple y llanamente, “sobrevalorado” (su palabra favorita). Si no me creen, vayan y hagan el experimento ustedes mismos: busquen un escritor menor de cuarenta (los encontrarán sin falta en el bar de la esquina) y pregúntenle por Bolaño: más del ochenta por ciento, no exagero, dirá que es bien padre o guay o chévere o maravilloso o genial o divino. Y luego pregúntenle a un escritor mayor de cuarenta (los encontrarán en el bar de enfrente o en un ministerio o en una casa de retiro) y verán que en el ochenta por ciento de los casos tiene algún reparo que hacerle, o varios, o todos. En esta época que detesta las fronteras generacionales, que desconfía de las clasificaciones, de los libros de texto, de los manuales académicos, de los críticos mamones, en fin, en esta época que reniega de esa entelequia que sólo los más bellacos siguen denominando canon, resulta que los menores de cuarenta aman a Bolaño con pasión. Ante un fenómeno que se aproxima a lo paranormal y que posee innegables tintes religiosos –Bolaño para Presidente, God save Bolaño, Bolaño es Grande, Yo ♥ Bolaño– cabe preguntarse, evidentemente, ¿por qué?

La Iliada, Canto XXI, 114

Desfallecieron las rodillas y el corazón del teucro que, soltando la lanza, se sentó y tendió ambos brazos. Aquiles puso mano a la tajante espada e hirió a Licaón en la clavícula, junto al cuello: metióle dentro toda la hoja de dos filos, el troyano dio de ojos por el suelo y su sangre fluía y mojaba la tierra.
Versión de Luis Segalá y Estalella, 1910


Y soltando la pica, desmayado
se asentó y ambas manos extendia
implorando clemencia; pero Aquíles,
desnudando la espada cortadora,
en el cuello le hirió: y hasta el recazo
entró el agudo hierro de dos cortes
y Licaon de espaldas en la arena
extendido quedó, y en ancha boca
vertia roja sangre que regaba
en copioso raudal la verde orilla
.
Versión de José Gómez Hermosilla, 1831.


Perdió del corazon y de los miembros
Toda fuerza y vigor , dejó la lanza
Del magnánimo Aquiles, y en la tierra
Se sentó allí extendiendo las dos manos.
Sacó su aguda espada el fuerte Aquiles,
E hiriéndole en el cuello á la juntura,
Dentro le sumergió toda la espada.
Cayó al suclo extendido boca abajo,
Y la tierra regó con negra sangre.

Versión de Ignacio García Malo, 1827

01 diciembre 2008

Tonto a la una... Tonto a las dos...

-¿Ha leído a Roberto Bolaño?
-No demasiado, por razones un poco... En fin, lamentablemente él ha publicado la mayor parte de su obra en un editorial en la que yo estuve y dejé de estar. Yo terminé un poco mal con esa editorial, tan mal que decidí en un momento dado que no leería más libros publicados ahí.


PD: Seguramente solo leera ya El Pais, escuchara la SER y sino es Alfaguara no me ajunto... lo que hemos de ver a estas alturas...