Actos De Amor

14 noviembre 2013

Perdido - Venecia

En el lado izquierdo con camiseta negra Marcelino
y en la derecha a pecho descubierto Tomasito.

Perdido - Venecia

Pablo Neruda: ¿Tiene mas hojas un peral que
Buscando el Tiempo Perdido?
 
Lionette rugiente: No visualizo un peral
pero Thomas Mann seguro que describirá uno en su libro,
no creo que le haya quedado nada por describir.

Fragmento de correspondencia personal


He oido decir que Marcelino viajo a Venecia en 1900 siguiendo las huellas de un ingles, un tal John Ruskin. Por lo visto habia decidio traducir al frances las obras de este ultimo, en especial su libro Stones of Venice (1851) que analizaba la importancia de la arquitectura domestica en la moral religiosa y en la politica. Asi ni corto ni perezoso Marcelino hizo las maletas y se planto en Venecia donde se alojo en el Hotel Des Bains. Parece ser que la comodidad del lugar hizo cambiar de idea al escritor que decidio que ya no necesitaba visitar esos ejemplos de arquitectura domestica y que le bastaba con observarlos con un pequeño catalejo desde la ventana de su habitacion del hotel.

Marcelino se siente tan comodo en aquel lugar que no duda en enviarle una carta a su madre para que se traslade a Venecia, mas aun cuando constata, durante una pausa es sus baños de sol, que los libros de John Ruskin estan escritos en Ingles. Y el no tiene ni idea de tal idioma, mientras su madre lo habla con fluidez. Ademas Marcelino se habia encaprichado de un jovencito que con su familia se hospedaba en el hotel, y la presencia de su madre le parecio un buen salvoconducto para entablar "amistades". Y asi fue, al poco de llegar su madre Marcelino ya salia a pasear con los jovenes de la familia y comenzaba a tejer su red alrededor del objetivo. Pero segun se acercaba mas al jovencito veia mas clara la sombra de Tomasin.

Tomasin era un amigo aleman de la familia del jovencito, polacos ellos. Tomasin se encontraba en Venecia con su amigo el pintor y violinista Paul Ehrenberg y ambos pasaban largas horas junto con el jovencito, que ahora Marcelino sabia que se llamaba Tadeo. Invertian mucho tiempo en la playa, en dar paseos por el borde del mar y en descansar tanto al sol, como en el interior de las casetas, a las que gustaban entrar para echar reparadoras "siestas" a las que Marcelino nunca era invitado.

Aquello fue agravandose con el tiempo y una mañana Tomasin y Marcelino se enfrascaron en una pelea dialectica por una tonteria, como registra en su diario Paul Ehrenberg:
"Yo estaba tocando el violin con Tadeo dentro de una caseta de la playa cuando afuera comenzo un intercambio de opiniones en elevado tono entre ambos. Era una tonta discusion sobre que Fausto era mas fiel a la historia original. Recuerdo que mi amigo Mann defendia ardientemente la revisión de Goethe, engrandecidas con las composiciones de Wagner. Consideraba que la introduccion de la redencion en la historia, ya indicada en la version de Gotthold Lessing, alejaba al personaje de las imposiciones del clero medieval que habia censurado la historia original de Georgius Faustus. Por su parte el frances, Proust creo recordar que se llamaba, defendia con vehemencia la version de Christopher Marlowe, por la calidad de su verso blanco y por la fidelidad a la obra de Spies, imposibilitando cualquier redencion del pecador. Yo me vestia tan rapido como podia para salir a calmarlos. Abri la puerta y me disponia a poner un toque de humor defendiendo el Fausto criollo de Estanislao del Campo. Pero llegue tarde y Mann ya estaba diciendo al frances que era de sobra conocida en el hotel su total nulidad con el idioma ingles, y que el unico de su familia que podria apreciar un verso blanco seria se madrecita. En ese momento el frances le cruzo la cara con un guante y a la mañana siguiente yo era el padrino de Mann en el duelo".

Segun mis indagaciones la buena voluntad de los padrinos, Paul parte de Tomasito y por Marcelino un musico compatriota suyo, consiguieron que la sangre no llegara al Lido. Parece ser que el musico frances, que respondia al nombre de Claude y que habia llegado de Cannes con su tia Clementina, no dudo en ayudar a Marcelino cuando este le conto la gran pasión que despertaba Wagner en Tomasito. Aun asi la mediacion cordial de Paul Ehrenberger consiguio que la ofensa se saldara con un match de boxeo a la mañana siguiente.

El combate tuvo lugar en los jardines traseros del Hotel Des Baines al amanecer. Ambos se presentaron vestidos para la ocasion impecablemente, y parecia que los padrinos, el joven Tadeo y algunos elegantes clientes del hotel contemplarian un buen combate. Pero nada mas comenzar se hizo evidente que ninguno tenia condiciones atleticas y el combate resultaba un anodino intercambio de flojos golpes que apenas hacian daño. Cuando el cansancio comenzo a notarse, y no tardo mucho, las guardias bajaron y ambos acababan sus intercambios de golpes medio abrazados. Por momentos parecian el Ballet Imperial Ruso, a lo que contibuia Claude tarareando una de sus recientes composiciones que provisionalmente llamaba La Mer. Subitamente el cielo se volvio oscuro y se desato una tormenta, la suerte quiso que un rayo impactara en un cercano peral y una rama de gran tamaño cayo sobre ambos bailarines.

El resultado fue que tanto Marcelino como Tomasito acabaron en sus respectivas camas con brechas en sus cabezas y en reposo durante un par de semanas. Cuando se recuperaron Tadeo y su famila habian vuelto a Polonia y ambos pugiles volvieron a sus respectivos paises. Nunca mas se volvieron a ver, pero ambos guardaron para siempre un profundo rencor hacia el otro.

09 julio 2010

Me dicen al aparato

Me dicen que cierre el cuaderno de notas,
es hora de empezar algo y no seguir apuntando cosas de otros.

Para acabar como al principio:

"Al final del verano,
por las proximidades
pasan trenes nocturnos, subrepticios,
rebosantes de humana mercancía:
manos de obra barata, ejército
vencido por el hambre
—paz...—,
otra vez desbandada de españoles
cruzando la frontera, derrotados
—...sin gloria.

Se paga con la muerte
o con la vida,
pero se paga siempre una derrota."

CAMPOSANTO EN COLLIURE
Angel Gonzalez (
que entremedias mudo)


13 noviembre 2009

Este finde Proyectamos El Nadador


En algún lugar alguien viaja furiosamente hacia ti,
a increíble velocidad, viaja día y noche,
a través de ventiscas y el ardor del desierto,
cruzando torrentes, salva estrechos pasos.
¿Pero sabrá él dónde hallarte,
reconocerte cuando te vea,
darte lo que tiene para ti?

Poco crece aquí,
mas los graneros estallan con comida
los sacos de alimentos apilados a los armarios.
El arroyo corre con dulzura, cebando el pez;
oscuridad de aves en el cielo. ¿Es suficiente
que el plato de leche sea puesto por la noche,

que pensemos en él a veces,
a veces y siempre, con mixtos sentimientos?



At North Farm

Somewhere someone is traveling furiously toward you,
At incredible speed, traveling day and night,
Through blizzards and desert heat, across torrents, through narrow passes.
But will he know where to find you,
Recognize you when he sees you,
Give you the thing he has for you?

Hardly anything grows here,
Yet the granaries are bursting with meal,
The sacks of meal piled to the rafters.
The streams run with sweetness, fattening fish;
Birds darken the sky. Is it enough
That the dish of milk is set out at night,
That we think of him sometimes,
Sometimes and always, with mixed feelings?

Imagen y mas aqui.

12 noviembre 2009

Lo que me ocupa ahora y lo que me tuvo ocupado antes

Articulo de Enrique Vila-Matas el 24/05/2008

Café Perec

La vida instrucciones de uso fue para muchos el último acontecimiento de la novela moderna. Bolaño recogió el guante lanzado por el autor francés.

Qué sucede cuando la gente no tiene el mismo sentido del humor? No reaccionan adecuadamente entre sí. Es lo que acaba de ocurrirme con el camarero de este Café Tabac de la plaza de Saint-Sulpice, café Perec para algunos. Decía Wittgenstein que, cuando la gente no comparte el mismo humor, es como si entre ciertos individuos existiese la costumbre de que una persona arrojara un balón a otra, y se estableciera que la otra persona tenía que atraparlo y devolverlo, y que algunas, en lugar de devolverlo, se lo metieran en el bolsillo. Decido olvidarme del camarero de humor distinto y miro hacia la iglesia de Saint-Sulpice. Estoy en el mismo lugar de observación desde el que Georges Perec, en los años setenta, se dedicaba a catalogar esta plaza y anotar de ella muy especialmente "lo que generalmente no se anota, lo que se nota, lo que no tiene importancia, lo que pasa cuando no pasa nada, salvo tiempo, gente, autos y nubes". Aquí escribió Tentativa de agotar un lugar parisino, un libro que consistía en una meticulosa larga lista de lo que había visto en la plaza a lo largo de varios días diferentes. En su momento lo leí con infinita diversión. Allí había anotado Perec todo lo que pasaba cuando no pasaba nada y había excluido de su lista sólo lo que pudiera resultar demasiado trascendente, y sobre todo lo que ya estaba "suficientemente catalogado, inventariado, fotografiado, contado o enumerado".

Estoy en el mismo lugar de observación desde el que Perec se dedicaba a anotar "lo que pasa cuando no pasa nada"

Apuro mi café y tengo un recuerdo para 'El salto en paracaídas', un breve texto genial, incluido en Nací. Cuando aún era un tierno principiante, hacia 1959, al final de una reunión del grupo de la revista Arguments, Perec pidió la palabra, y su intervención tuvo alguien la ocurrencia de grabarla. Feliz ocurrencia. Perec contó de forma tan inspirada como tartamuda una experiencia muy personal ("la cuento porque estoy un poco... porque he bebido un poco"), una aventura de su breve paso por el paracaidismo y la historia de cómo llegó a comprender que, en la literatura y en la vida, era absolutamente necesario lanzarse, tirarse al vacío, "para persuadirse de que eso podría quizá tener un sentido que incluso uno mismo ignorase".

Entre los libros de primera hora que me cambiaron la vida estuvieron siempre los de Perec, libros que recuerdo haber leído fascinado, devolviéndole al autor, página a página, cada uno de los eufóricos balones que lanzaba. Desde el primer momento, vi que Perec era inseparable de Roussel y de Kafka, precisamente los otros dos escritores que entonces más me interesaban, pues me habían demostrado que en novela era posible hacer cosas muy distintas de las que se predicaban en mi tierra. En aquellos días, por lo que fuera, todo a veces se producía de la forma más sencilla. Y así Kafka, Roussel y Perec llegaron a mí con la máxima naturalidad, casi juntos, y después lo hicieron libros también decisivos como el ensayo novelado Maupassant y "el otro", donde Alberto Savinio, con el pretexto de hablar de Maupassant, acababa hablando de todo, y para eso le bastaba con asociar cualquier idea con el dichoso tema central, en realidad ausente. O libros como El mito trágico de "El Ángelus" de Millet, de Salvador Dalí, cuyo atractivo método de trabajo, alejado de todos los dogmas sobre la novela, se basaba también en asociaciones de ideas, asociaciones que se desplegaban en un tapiz que, al dispararse en todos los itinerarios posibles, acababa por convertirse en inagotable.

Pasa un autobús de la línea 63, y lo anoto -como todo- meticulosamente. Pasa luego uno de la línea 96, que va a Montparnasse. Frío seco, cielo gris. Pasa una mujer elegante llevando tallos en alto, un gran ramo de flores. El 96 es el mismo autobús que Perec atrapara en sus apuntes, y el mismo que luego me trasladará a mi hotel aquí en París, el Littré. Un rayo de sol. Viento. Un mehari verde. Lejano vuelo de palomas. Instantes de vacío. Ningún coche. Después cinco. Después uno. "La trama es una vulgaridad burguesa". Le adjudico la frase a Nabokov. "El estilo avanza dando triunfales zancadas, la trama camina detrás arrastrando los pies", recuerdo que respondió John Banville en una entrevista.

Es posible que estas dos citas sean como lanzar un balón que no van a devolvernos nunca todos aquellos que tienen todavía el humor de situar la trama decimonónica en un pedestal absoluto. La novela del futuro verá esa trama como una simpleza que hizo furor en cierta época y se reirá de un tópico que me machacó durante mi primera juventud, esa idea de que la novela -"como bien saben en el mundo anglosajón"- ha de privilegiar siempre la trama. Hoy me alegro de haber visto pronto que aquella idea británica sobre la novela, como sucedía con tantas otras, no tenía por qué considerarla una regla inamovible. Me moría de risa el día en que le escuché a Kurt Vonnegut decir que las tramas en realidad eran sólo unas cuantas y no era necesario darles demasiada importancia, bastaba con incorporar -casi al azar- una cualquiera de ellas al libro que estuviéramos escribiendo y de esta forma disponer de más tiempo para la forja de lo que realmente habría de importarnos: el estilo.

¿Y cuáles eran esas tramas? Vonnegut se las sabía de memoria, tenía una lista muy perecquiana: "Alguien se mete en un lío y luego se sale de él; alguien pierde algo y lo recupera; alguien es víctima de una injusticia y se venga; el caso conmovedor de Cenicienta; alguien empieza a ir cuesta abajo y así continúa; dos se enamoran, y mucha otra gente se entromete; una persona virtuosa es acusada falsamente de haber pecado o de haber cometido un crimen; una persona se enfrenta a un desafío con valentía, y tiene éxito o fracasa; alguien inicia una investigación para conocer la verdad de un asunto...".

¿Y qué sucede cuando no ocurre nada? Que termina uno a veces por acordarse de los orígenes de su fascinación por las tramas no convencionales y recuerda cuando descubrió que se podían construir libros libres, de estructuras inéditas, con asociaciones y cavilaciones en torno a centros ausentes... Son las doce y doce de la mañana. Pasa un camión Printemps Brumell. Viento. Pienso en métodos construidos con hiperasociaciones de ideas que -como en libros de Savinio o Dalí- no agotan nunca el tema en estudio y observación. Sin duda, una obra maestra absoluta de ese nuevo género fue la hipernovela La vida instrucciones de uso, donde se daban cita todas las tramas de Vonnegut, que de paso eran dinamitadas, en una operación parecida a la de Flaubert cuando en Madame Bovary acabó con el realismo a base de llevarlo hasta su extremo máximo y ser el más realista de todos. Pienso en los veintinueve años y once meses que se cumplen desde que apareciera La vida instrucciones de uso, un libro al que Italo Calvino, por variadas razones -"el compendio de una serie de saberes que dan forma a una imagen del mundo, el sentido del hoy que está también hecho de acumulación del pasado y de vértigo del vacío"- consideraba como el último verdadero acontecimiento en la historia de la novela: puzle en el que el propio puzle da al libro el tema de la trama y el modelo formal, y donde el proyecto estructural y la poesía más alta conviven con asombrosa naturalidad.

De hecho, durante un largo tiempo La vida instrucciones de uso fue para muchos, en efecto, el último verdadero acontecimiento de la novela moderna. Después, vendría un gran libro de Roberto Bolaño, Los detectives salvajes, que recogía con extraordinaria osadía y talento el guante lanzado por Perec. Día de cielo gris, frío seco. Viento. Pasa un señor con aspecto de secretario "provisionalmente definitivo" de alguna sociedad secreta de inventores de aforismos. Parece salido de una de las páginas más divertidas de Pensar / Clasificar. Podría llamarse perfectamente Bénabou. Pasa otro autobús de la línea 63. Pasa el 96. Lasitud de los ojos. Risas sofocadas. Distintos humores. Voy anotando. Alguien mueve un visillo. Tañidos de la campana de Saint-Sulpice. Se acumula el pasado y al mismo tiempo el vértigo de un vacío, lo que también anoto debidamente.

05 noviembre 2009

WBK al megafono


Pudo haberlos detenido.
Solo tenía que decir "NO".
No tiene empuje.
No tiene orgullo.
Ya no tiene valor para la compañía.