29 enero 2009

Autobiografia Razonable

...y cuando en su refugio de Barranco
Cesar Calvo sudoroso y gastado igual que un heroe
antiguo con actitud y empeño que nadie dudaria
en definir como hondamente revolucionarios
le ensaña a alguna joven adultera y burguesa
cual es el verdadero y unico compromiso politico

Jose Agustin Goytisolo


Conferencia autobiográfica ofrecida por el poeta Cèsar Calvo Soriano en el Instituto Italiano de Cultura en 1974.


Para comenzar de alguna manera y no por el comienzo, confesaré que mi primer intento de libro fue escrito por varios amigos allá por el año de 1958.
Juan Gonzalo Rose, Javier Dávila Dourand, Germán Lequerica y César Calvo, entre otros, me regalaron esos derechos autorales con sus respectivos asientos en el pre-Parnaso.
Lamentablemente, no pude gozar tan fraternos obsequios pues el poemario (incautamente titulado "Carta para el Tiempo" e inmerecidamente mencionado en el Primer Concurso Hispanoamericano de la Casa de las Américas), el poemario, digo, no llegó a publicarse jamás. Y no llegó a publicarse jamás debido, entre otras razones, a que uno de sus autores sucumbió a la espléndida iniciativa de quemar los originales. Debo decir que los quemé también en mi memoria.

Hoy sólo recuerdo brumosos perfiles y no versos; una temperatura sedosa o arisca o fatua; un aliento de cortinas y de infancia, y acaso si los nombres de los personajes, de los queridos reinos que atravesaban sus páginas, que subieron por ellas y bajaron como por la escalera quebrantada del vecindario limeño que me aprendió a vivir.

Entre aquellos poemas incendiados habían también cantos que anhelaban ser políticos,- porque en ese entonces todos los visitantes, todos los habitantes de este mundo tenían diecinueve años dentro del corazón, dentro del mío; y ustedes, por ejemplo, eran altos y pálidos y hermosos en mi memoria o en mi desconocimiento; y yo me negaba a recién-salir de una adolescencia alborotada, prefería confundirla y confundirme con mis propias hambres de escribir y existir, y me era otoñal, me era gélido, me era muy difícil aceptar los distingos entre rebeldía y delincuencia, entre amor y cuerpo en llamas, entre palabra confiada y balbuceo altisonoro escrito (equívocos que, por lo demás, suelen seducirme hasta la fecha).

Llevaba ya tres años en la Universidad de San Marcos y dos en el Frente Estudiantil Revolucionario- Más deseoso de agradar escribiendo arengas que de trabajar rastreando poemas, me gané el tiempo de puro perderlo: rondaba a las cachimbas melancólicas y recitaba en las aulas y en los mítines, esquivando las expresiones crítico-lacrimógenas de la Guardia de Asalto, cuando no, respondiendo con palos a los discutibles criterios estéticos de la matonería del Apra.
En 1960, paralelamente a mi furtiva participación en un frustrado grupo de guerrilla urbana que organizaron varios compañeros, varios amigos igualmente imantados por la heroica experiencia de Fidel Castro, escribí mi primer cuaderno que creo que verdadero:
"Poemas bajo tierra". Esos versos compartieron con los cánticos de El viaje de Javier Heraud, el primer premio en el concurso "El poeta joven del Perú", llevado a cabo por el incurable empeño del poeta Marco Antonio Corcuera. A fin de adelantar algunas excusas surrealistas de mi arte poético y mi vida, debo declarar que me fue más problemático cobrar el premio que escribir el libro premiado. El asunto fue así: con Mario Razzeto, también distinguido, como se dice, en aquel concurso, partí un atardecer rumbo a Trujillo, donde nos esperaba Javier para recibir los cheques correspondientes. Pues bien.
No llegamos a tiempo a raíz de un lamentable error de la policía política de Prado, la cual -confundiendo a Mario Razzeto conmigo, y a mí con Mario Razzeto, ambos entonces con orden de captura- nos apresó a la altura del río Chillón (río de nombre muy apropiado) y nos devolvió amablemente a Lima, a uno de los sótanos de Radiopatrulla de la Guardia Civil, en La Victoria (barrio de nombre igualmente apropiado). Para recuperar nuestra libertad, y siguiendo los ordenamientos parasicológicos descubiertos por Dadá ha mucho tiempo, Mario Razzeto y yo no tuvimos más remedio que falsear y/o intercambiar nuestras identidades.

O sea que Mario Razzeto se hizo pasar por Mario Razzeto, yo me hice pasar por César Calvo, y así -dejando atrás a un comisario confuso para siempre- pudimos cosechar, como se dice, algunos ralos aplausos trujillanos al día siguiente de la entrega de premios.
Pero sospecho, con terror, que no estoy aquí para hablar de esas cosas sino de otras peores, si cabe. Intentaré intentarlo. Al parecer, se trata de exponer cómo escribo. Y por qué. Y para qué. Diré de antemano que me lo he planteado varias veces y que nunca he conseguido sonsacarme una misma respuesta. En un primer momento (y eso que no existen los primeros momentos), llegué incluso a declarar que yo no era poeta, que yo escribía únicamente para demostrar que la poesía no era privilegio de los poetas. Cuando lo hube demostrado (por lo menos a mí), dejé de creer en ese anzuelo para cocineras trágicas, no sin antes haber fatigado unas cuartillas que todavía andan por ahí engrosando ciertas antologías de poesía revolucionaria.

Era la hora de las manifestaciones obrero-estudiantiles contra la dictadura de Odría, contra la dictablanda de Prado, hora de reuniones clandestinas en la Juventud Comunista.

Luego, en 1961, Javier Heraud y yo quisimos escribir juntos un libro, un Ensayo a dos voces. Sólo conseguimos trabajar el poema inicial. Era la hora de la fraternidad absoluta; devoradora de tardes y caminatas insaciables. La hora de la generosidad absoluta y compartida. Aceptábamos poetizar únicamente como resultado de un asombro común, colectivo en su origen -en sus garfios oscuros- y colectivo en su finalidad, en su búsqueda, en su abordaje y sus revelaciones.
Después, poco después, me ocupó totalmente la certeza de que sólo podía escribir sobre un cuerpo sediento, encimado al relámpago perpetuo del que habla Manuel Scorza, amarrado al jadeo como a la única hoguera que podría salvarnos o -para repetirse- escribir como quien galopa por una playa infinita, desnudo y bañado en sangre, dando gritos de goce y de victoria... Así abracé (con c y con s, de brasa y abrazo), así abrasé los versos de "Ausencias y retardos", editados en 1963.
Después hice canciones. Aquí, por ejemplo, pierdo nombres, armarios cálidos, pierdo cosas que me ocurrieron con tan breves, con tan eternos hermanos. Estoy pensando en Samuel Agama, en Arturo Corcuera, en César Franco, en Reynaldo Naranjo, en 1958, 59, 60 y más. Mucho más.

Y al mismo tiempo quisiera no recordar nada, porque uno disfraza, uno se disfraza al volver hacia atrás los ojos, se pone los gestos en la nuca, el cabello en la cara, no se ve nada.

O ve lo que quisiera haber visto, lo que quisiera haber vivido. Bueno... Dije que hice canciones.

Y debía decir que hice otras canciones. Canciones a mi padre, a mi primera casa, a los amores eternos cada vez más fugaces, a las plazas de pequeñas ciudades, a los invencibles hermanos de Cuba, a los puentes insomnes, a los compañeros que combatían desde el MIR y desde el Ejército de Liberación Nacional.

Algunos de esos cantos fueron grabados con Carlos Hayre y Reynaldo Naranjo en un disco que ya no recuerdo. Otros los recogió Chabuca Granda y Luis Gonzáles.

Otros se perdieron así nomás. Y otros adquirieron vanidad de poema, se divorciaron de sus lentas músicas y fueron a parar a un nuevo intento de libro, "El cetro de los jóvenes", publicado en la Colección Premio de la Casa de las Américas, en 1966.

Era la hora del infructuoso, del temeroso apoyo urbano que ofrecimos al movimiento guerrillero; la hora de las reuniones de etiqueta de donde salíamos a hurtadillas para poner bombas en la noche inofensiva, vanos estruendos en ciertos rincones de la impasible Lima.
En resumen, ni antifaz ni peligro verdaderos. Sólo la desperdiciada posibilidad de un suicidio generoso -siempre al servicio pero nunca a tiempo- que yo busqué negándola, cambiándome de nombres en hoteles de engañosa memoria, hasta que un día desperté sin distinguir en realidad mi rostro, perdido entre máscaras como un naipe en un mazo de barajas ajenas y gastadas. Juan Pablo Chang, con otras palabras, me diría después, en París, generosamente, que fue la soga del ahorcado la que no pudo sostener nuestro cuerpo, y que por ello aquel dudoso arrojo terminó con un palmo de narices en tierra, al pie del árbol. Palabras. Palabras puesto que él, como Javier, tuvo el coraje de hallar un árbol fuerte, una rama saciada en cuya sed morir, en un momento desesperado que nos metía los ojos hacia un callejón sin salida, y acaso era preciso colmar el abismo con nuestros cadáveres, a falta de otros puentes. Y en el fondo de todo, aquella soledad que inventa sentimientos y que inventa poemas, y en cuya compañía suelo aún descubrirme el corazón en el lugar del pómulo -así dice algo escrito-, el corazón en el lugar del pómulo, los gestos del adiós anticipándose a la mano, y a un gran vacío en medio no sé si del amor o de los brazos.
Si es que no me distrae la memoria. Y es entonces que escribo... Nunca del mismo modo ni por los mismos rumbos, ni con el mismo paso ni a la sombra de una misma lámpara.

Todo lo que he dicho antes, todo lo que he sido antes, se ha juntado, tal pareciera,
en una única boca. En una palabra. En una letra sola, emparentada desde hace siglos
con las grandes estrellas aún no descubiertas. Siento que cada libro, cada poema, cada verso, obedece a sus propias, intransferibles leyes. Tiene su tiempo de luz, como las vendimias, y su sed de llorar, como los hombres.

De allí que definirme resulta tan fácil e imposible al mismo tiempo.

Pienso en Nicanor Parra y en las incansables respuestas que nos dimos una tarde, allá en lo alto de su casita en los andes chilenos, cuando nuestros hermanos del Sur vivían mediodías nocturnos y no la pesadilla de traiciones y sangre que resisten ahora, y cuando Enrique Lihn exclamó de pronto en el centro de un gran vaso de vino:

¿Para qué coño se escribe, a fin de cuentas, un poema?

Y aquí voy:

Se escribe un poema para sentirse el centro del mundo.
Se escribe un poema para hacer más fraternos a los hombres,
o sea para intentarlo,
o sea para que la poesía sirva para alguna cosa.
Se escribe un poema para no sentirnos el centro del mundo.
Se escribe un poema para ahuyentar a una muchacha.
Se escribe un poema para ayudar a la Revolución.
Se escribe un poema para que los maridos nos odien mucho más.
Se escribe un poema para que el poema nos acompañe,
para no estar tan inexplicablemente solos.
Se escribe un poema para duplicar el orgasmo
o al menos para ponerle un espejo delante.
Se escribe un poema para no tener tiempo de hacer otras cosas,
como por ejemplo para no tener tiempo de sufrir.
Se escribe un poema para que nuestra tía más querida
pueda decir a todos que tiene un sobrino que escribe un poema.
Se escribe un poema para rascarse la barriga en la playa,
para emborracharse en Surquillo
sin que a uno lo asalten los señores chaveteros,
para darse un descanso entre polvo y polvo,
para hablar de ello en el Instituto Italiano de Cultura,
para que a uno lo consientan todo,
para que a uno no le consientan ni un comino.
Se escribe un poema para que los psiquiatras no nos cobren,
y para que aquella rubia se sienta inmortalmente poseída,
y para que el general Velasco lea estas líneas
y sepa que Avendaño sigue preso
por orden de una culebra disfrazada.
Y se escribe un poema para viajar a los congresos de escritores
con todos los gastos pagados,
y para ponerle el cascabel al gato,
y para poder comer con la mano en los salones
si nos viene en gana,
y para morirse de hambre
y también para no morirse de hambre
y para quedar como un perfecto cojudo en todas partes,
y para usar calzoncillos de colores sin que
se nos acuse de maricas,
y para que ciertos cadetes nos dejen a solas con sus novias
creyendo que lo somos.
También se escribe un poema para no afeitarse nunca,
para ir al baño sin remordimientos,
para ir al comedor sin remordimientos,
para ir al dormitorio sin remordimientos,
y se escribe un poema para sentirse culpable de todo
y con esos materiales llegar a escribir algún poema.
Y también se escribe un poema para reírse a gritos
Y para vivir también se escribe un poema.
Y para tener un pretexto para no vivir, etcétera.
Y a propósito de etcétera:
Se escribe un poema para no escribir cosas peores,
como cartas de amor, cartas financieras,
facturas por pagar, tratados de filosofía miraflorina,
Y se escribe un poema por incapacidad,
cuando se ha fracasado como wing derecho en la
selección del colegio, cual es mi triste caso.
Y se escribe un poema para intensificar la vida,
como dice Stéfano Varese.
Y se escribe un poema, finalmente,
se escribe un poema para que en algún lugar del mundo,
mañana o dentro de veinte años
la pareja que está por suicidarse alcance a leerlo, y desista,
desista por lo menos unos días,
y comprenda que la vida
es siempre hermosa
a pesar de la vida... y a pesar del poema.

Pero estaba hablando, creo, de París. Y de un amigo. Algo de un árbol y una soga, algo de un palmo de narices en tierra. Precisamente en París terminé un libro que inicié en La Habana, allá por 1968. En realidad lo concluí - en 1970-, ya en Lima. Se llama "Pedestal para nadie", y no le gusta nada a Fito Loayza. A Leoncio Bueno, en cambio, lo apasiona. Mi vanidad se inclina hacia Leoncio, como podría esperarse. Bueno, este libro está dedicado a un gran compañero en ia amistad y en la poesía: Carlos Delgado. Carlos me ayudó a corregir varias cosas y podría decir demagógicamente, que algunos de sus aportes hicieron merecedor, a este libro, del Premio Nacional en el 71 o en el 70, por ahí. Y aquí he escrito unas líneas sobre ello, porque sino se me pierden.
"Pedestal para nadie" es, en verdad, mi primer libro, por cuanto en él atisbo puertas que antaño descifré a oscuras; logro mirar entre la cerradura y veo, allá delante, detrás de las maderas, colinas que resplandecen en los cuartos, veranos habitados de fuerzas y países, parejas innumerables colmadas como sueños de anticuario, toda esa forma de soñar y vivir poesía que perseguí tantos años sin saberlo. Allí, como en la vida, nunca hay un solo tema que se inicia, desarrolla y concluye, sino constelaciones, constelaciones impredecibles, que se rozan a veces para nada y a veces para siempre. Nunca una sola vida o su reflejo breve, sino infinitas brevedades, eternidades efímeras que se entrelazan aniquilándose, que se entrelazan alimentándose.

El asunto son varios y es ninguno. No hay asunto: hay ritmo. No hay ritmo: hay el fantasma de un oleaje, sus cabellos en la playa, invisibles y amargos, de mármol, hechos de mármol y de memoria. Y el poema no es el reflejo de la vida. El poema es la vida.
Naturalmente, las posibilidades y el sentido de esto me nacieron después de haberlo escrito, conversando un día con José Miguel Oviedo, quien me impulsó a insistir y a insistir.

Porque ahora creo, además de no creer, creo que la poesía es como el bastón de un ciego, que con ella en la mano es posible seguir el camino pero no es posible verlo ...
Es como si todas las personas que uno ha sido en su vida, como si todos los países, los destinos, los desatinos y los resplandores que uno ha sido en su vida, se turnaran la dirección del rumbo, y de esa gigantesca migración de oscuridades naciera la mañana como detrás de una cortina inesperada. Ahora que digo esto, siento que uno de aquellos que ya he sido me lleva de la mano, me conduce como un ciego que conduce a otro ciego, y las aguas despiertan bajo mi pie, y sólo puedo presentir en sombra esas luces que otros han de beber y han de mirar cantando.

Y aquí tal vez radique la más alta generosidad de este insondable egocentrismo que los entendidos han dado en llamar poesía. Y me viene Vallejo: ¡qué ganas de quedarse plantado en este verso!, porque no tengo la menor idea de qué es lo que ustedes quisieran escuchar de mí, y por si fuera poco, yo no sé hablar en prosa... Para salir del pozo y no del paso, tendré que apelar una vez más a la memoria.
Nací el 26 de julio (o el 24) de 1940. Cursé la primaria en la Escuela Primaria "Pedro Tomàs Drinot" número 414 de Lima, y la secundaria en el Colegio Nacional Hipólito Unanue.

Crecí en un vecindario del jirón Carabaya, entre gente inolvidable: Pluma, Manteca, Currurra, Cara'e sopa. Entre formidables muchachos, Juan Munar, Miguel Inza, la "conga" Ana y entre hijos de zapateros remendones, gente hermosa, canillitas de mi edad y de mi pobreza, y otros amigos que me observan desde aquel entonces, parados en su orgulloso asombro.

Algunos admiran el que me haya dedicado a escribir cosas, así dicen, aunque secretamente habrán de reprocharme que no haya seguido robando carros a su lado; otros me reprocharán que no trabaje en un Banco; otros, que haya perdido tiempo con la política y otros, que no me hayan durado más de tres meses las esposas... Entre ellos he crecido, pues, si es que he crecido...Vivo ahora en todas partes y en ninguna.

Duermo donde me sorprende la noche o el deseo, pero conservo todavía aquel cuarto salobre, en el tercer piso de la cuarta cuadra del jirón Carabaya (lo paga mi hermano Guillermo, y por él he sabido que el alquiler sigue siendo casi el mismo: ochetaitantos soles al mes).

No puedo dormir muchas veces bajo el mismo techo, ni en la misma ciudad, ni con el mismo cuerpo. Será porque he viajado desde temprano o, según célebre frase del extraordinario creador que es Emilio Adolfo Westphalen: cómo será pues. El hecho es que he podido recorrer muchas gentes en mi vida, muchos países. Fui por primera vez a Europa, representando al Ejército de Liberación Nacional a un Congreso de Juventudes en Bulgaria.

Las ciudades que más me han conmovido son Praga, Río de Janeiro, Cusco y París. Odio Lima. Volveré al Cusco pronto, cuando Avendaño esté libre y los gusanos se hallen lejos.

Soy el segundo de cuatro hermanos. Mi padre era pintor, y era también mi hermano.

Los demás son: Graciela (que además es mi madre), y después viene Helwa y Nanya, y Guillermo.

No me gustan las drogas ni el alcohol (quiero decir que puedo prescindir de ellos).

De cualquier casa, siento verdadera pasión por la cama, el escritorio y la cocina (quiero decir que entre cocinar, escribir poemas y hacer el amor, yo encuentro más parecidos que desemejanzas).

Amo a este país y creo que lo amaría igual si hubiese nacido en otro, así como amo tantos países que sólo he conocido desde un avión en vuelo. Creo, sin embargo, como Guillermo Thorndike,que el mundo es una mierda. No el mundo que estamos construyendo, naturalmente, sino la podredumbre que heredamos, esa amarga fanfarria de transistores, automóviles y etcéteras; esa máscara de feriante, ese biombo de prostíbulo que sólo puede encandilar a los ingenuos al grado de ocultarles el mundo de injusticias y barbarie, el mundo de hipocresía y de terror, el mundo de niños envejecidos y de bombas atómicas, el mundo de mierda que ya estamos devolviendo a su lugar de origen.

Creo firmemente en la amistad y en el amor. Los desencantos me llegan, ni siquiera me llegan: sigo creyendo igual. Creo en la amistad, en el amor, en la igualdad de los hombres, en el sicoanálisis de Max Hernández, en nuestro padre Freud, en nuestro abuelo Marx, y en todo lo que no creen, por ejemplo, los fascistas.

Creo firmemente en el advenimiento de un mundo justo y digno, sin explotadores, sin hambre, sin penumbras. Un mundo donde se enseñe, como dice Pablo Vitali, donde se enseñe a nuestros hijos que es más importante tener un amigo y no un televisor, tener una conciencia limpia y no un automóvil último modelo. Donde se enseñe que las cosas son verdaderamente nuestras solamente cuando son compartidas, sólo cuando no han nacido de las hambres ajenas, de las penurias ajenas, sino de las mutuas alegrías y los empeños generosos.

Y creo que ese mundo lo haremos ahora, y lo haremos con armas invencibles, escribiendo y amando, y cantando. Y lo haremos aquí, en esta tierra dura, y no en algún sedoso paraíso celestial (tan peligroso, a estas alturas de la ciencia, tan colmado de asteroides en vez de ángeles).

Mis primeros versos, por ejemplo, no eran míos. Por eso creo firmemente en la poesía.

Mis primeros versos los escribí a los doce años y eran plagios de José María Eguren.

Poco después de descubrir a Eguren y a Vallejo (cuyos libros me fueron obsequiados por mi madre, quien tuvo que ayunar para comprarlos), poco después, digo, tuve que echar por la borda una magnífica carrera de plagiario, por culpa de mi abuelo Victor Fuentes Soriano...

Fue la tarde en que descubrí su cabeza, blanca, sobre la almohada consagrada a sus siestas de verano. Me dio una pena horrenda verlo así, canoso, abandonado al sueño, indefenso, supongo que ante el tiempo, y me fui a esconder en la azotea conteniendo las lágrimas.
Allí, avergonzado y solo, contemplando un paisaje de techos ruinosos, escribí a mi abuelo una larga carta pidiéndole que no envejezca, ¡y vaya a saberse por qué tuve que redactar aquella carta en verso...!

Creo que así comenzó todo.
Desde aquella tarde, vengo haciendo todo lo imposible para no ser poeta.

Y francamente, no sé qué más decir. Les ruego me disculpen.

Poeta Cèsar Calvo Soriano.

(Lima, Instituto Italiano de Cultura, 1974)

26 enero 2009

WBK desde el otro lado del tubo

El futuro sera una conspiracion mundial

que nos vendera libertades en packs facilmente transportables

21 enero 2009

Y ademas los Ingleses son mas chachis

...

Pero de todo esto estarán la mayoría de ustedes al cabo de la calle, y disculpen que les diga nada sobre mediterráneos que habrán descubierto hace siglos. Lo que más me ha desagradado, sin embargo, son los llamados blogs y foros, por algunos de los cuales me he dado un paseo. No entiendo que tantos escritores tengan un blog propio y le dediquen, por fuerza, numerosas horas de su tiempo, porque me parece equivalente a esto: uno va a un bar, se sienta a una mesa y habla de lo que sea, y a continuación está expuesto a que cualquiera coja una silla y le suelte a su vez su rollo o -con demasiada frecuencia- sus imprecaciones. O bien a esto otro: uno inicia una conversación telefónica particular, y cualquier individuo puede colarse en ella y opinar lo que le plazca o ponerle verde a uno. No sé, para mí sería una pesadilla tener que escuchar pacientemente a personas que no he elegido, y con las que en algunos casos no quisiera ni cruzar media palabra. ¿Cuál es la gracia de estas tertulias escritas? ¿Ver que uno provoca reacciones? ¿Tener la comprobación inmediata de que lo que expone no cae en el vacío? ¿Llevar una vida "interactiva" (y perdonen el adjetivo)? Debe de haber mucha gente solitaria, o que aguanta la soledad -ese gran bien- pésimamente. Pero lo que más me ha desagradado es el frecuente tono insultante de los comentarios y el veneno que a menudo destilan. Amparados en el anonimato cobarde de los llamados nicks, no hay asunto que no les merezca a unos cuantos blogueros toda suerte de improperios. No veo que se discuta ni argumente apenas, sino que más bien se lanzan denuestos y groserías como en las tabernas más zafias. Hay en este mundo, o eso parece, una desproporcionada cantidad de odiadores, o llámenlos negativistas, resentidos, amargados, venados. No tantos en los blogs o foros en inglés. En esa lengua la gente es más propensa a emitir sus opiniones, a discutir civilizadamente, a pedir una información o aportar otra interesante y útil. En los españoles, en cambio, veo una sobreabundancia de rabiosos y cabreados, de individuos a los que todo parece una mierda, o que dedican horas y horas a estudiar la obra de un autor, por ejemplo, con el solo ánimo de ponerla a caldo, en vez de abstenerse -como quizá sería lo lógico- de seguirla leyendo. También se lleva uno sorpresas en este mundo, y ve intervenir, con su nombre, a personas de las que se distanció hace años, sólo para comprobar que la edad no las ha hecho más sabias ni gratas sino todo lo contrario, que el gusto por despotricar sin razones les ha ido en aumento y que ni siquiera han variado sus obsesiones durante tan larga ausencia. No sé, pero asomarse a esa inmensa taberna que son los blogs y foros de Internet, en España, le hace tener a uno la sensación de vivir en una región ocultamente furibunda, en la que más vale no entrar, si es posible.

Javier Marias, La Zona Fantasma 14/12/2008. El Pais

Y Fantasma es un rato...
aunque lo de la "región ocultamente furibunda" no se lo quita nadie... igual le cambio el nombre a este cuaderno de apuntes

20 enero 2009

Queremos tanto a Harry

LO QUE SE
Por Clint Eastwood , Diciembre 2008

Cuando uno envejece, deja de tenerle miedo a la duda. La duda ya no te controla. Uno se saca de adentro esa agonía. ¿Qué te pueden hacer después de que cumpliste setenta años?

Hay que guiarse por la primera impresión. Como dijo Jerry Fielding: “Llegamos hasta aquí, no lo arruinemos pensando”.

Mi padre tuvo un par de hijos al principio de la Depresión. No había mucho trabajo. No había ayuda del Estado. La gente apenas salía adelante. La gente era mucho más dura y resistente entonces.

Vivimos en una generación mucho más maricona, donde todo el mundo se acostumbró a decir: “Bueno, ¿y cómo manejamos esto psicológicamente?”. En aquellos días, solamente le dabas un puñetazo al que te molestaba y te lo sacabas de encima. Incluso si el tipo era mayor y te podía empujar, al menos se te respetaba por enfrentarlo, y a partir de entonces te dejaban tranquilo.

No puedo decirte exactamente cuándo empezó la generación maricona. A lo mejor cuando la gente se empezó a preguntar sobre el sentido de la vida.

De haber sido más disciplinado, me habría dedicado a la música.

Uno se pregunta a veces, ¿qué haríamos si pasa algo realmente grande? Miren qué rápido, sólo siete años, y la gente ha sido capaz de olvidar el 11 de septiembre. Quizá lo recuerden los que perdieron a un pariente o a un ser querido. Pero nadie se olvidó rápido de Pearl Harbour.

Recuerdo haber comprado un viejo hotel en Carmel. Entré en el ático y vi que todas las ventanas estaban pintadas de negro. “¿Qué está pasando acá?”, les pregunté a los anteriores dueños. Me dijeron que pensaban que los japoneses navegaban frente a la costa durante la guerra.

En El sustituto traté de mostrar algo que rara vez se ve estos días —un chico sentado mirando la radio—. Sólo sentado frente a la radio, escuchando. Tu mente hace el resto.

Recuerdo haber visitado una cascada gigante en un glaciar de Islandia. La gente estaba ahí sobre una plataforma de roca para verla. Estaban con sus chicos. El lugar no estaba cerrado, sólo había un cable que prohibía pasar de un determinado punto. Me dije a mí mismo: “En Estados Unidos tendrían un cerco a prueba de huracanes, porque tendrían miedo a ser demandados y recibir la visita de un abogado”. Allí la mentalidad era como solía ser en EE.UU. en los viejos tiempos: si te caés es porque sos estúpido.

No se puede evitar que las cosas sucedan. Pero en Estados Unidos lo intentamos, ciertamente. Si un auto no tiene cuatrocientas bolsas de aire adentro, entonces no sirve.

Tuve un tema con la municipalidad. Fui y me encontré a una mujer sentada ahí tejiendo, nunca levantaba la vista. Yo pensaba: esto no puede ser. Cuando te eligieron para un cargo público, al menos tenés que fingir que te interesa lo que va a reclamar la gente.

Fui intendente de Carmel para asegurar que las palabras “servidor público” no fueran olvidadas. El hecho de que no necesitara serlo me hizo pensar que podía hacer más. La gente que me resulta sospechosa es la que lo necesita.

Alguien como Barack Obama era inimaginable cuando yo era chico. Count Basie y muchas grandes bandas venían a Seattle cuando era yo era joven. Podían tocar en el club, pero no podían frecuentar ni ser clientes del lugar.

Uno debería llegar a conocer a alguien realmente, realmente ser un amigo. Mi esposa es mi mejor amiga. Seguro, ella me atrae de todas las maneras posibles, pero ésa no es la respuesta. Porque me he sentido atraído por otra gente, pero después de un tiempo no pude soportarlas más.

Tengo hijos de otras mujeres que no son mi esposa. Tengo que darle el crédito a Dina por reunir a todos. Nunca tuvo el rollo de ego de la segunda esposa. Tiene una relación amistosa con mi primera esposa y con mis ex novias. Ha sido extremadamente influyente en mi vida.

No soy uno de esos tipos que han sido terriblemente activos en las religiones organizadas. Pero no les falto el respeto. Nunca trataría de imponerle mis dudas a otra persona.

Los chicos te enseñan que uno puede sentirse humilde ante la vida, que puede aprender algo nuevo todo el tiempo. Ese es el secreto de la vida, realmente, nunca dejar de aprender. Es el secreto de una carrera. Sigo trabajando porque aprendo algo nuevo todo el tiempo. Es el secreto de las relaciones: nunca creer que se tiene todo.

Los chicos que se hacen piercings, en la cara, en la lengua: ¿qué tipo de masoquismo es ése? ¿Es para demostrar que pueden soportarlo?

Estábamos haciendo En la línea de fuego y John Malkovich estaba en lo más alto de un edificio y me tenía en una situación muy precaria. Mi personaje está enloquecido y saca un arma y la entierra en la cara de John, y John rodea con la boca el cañón del arma. No sé qué tipo de símbolo loco fue ése. Ciertamente no ensayamos nada como eso. Estoy seguro de que él no lo pensó cuando lo estábamos practicando. Solamente estaba ahí. Como cuando Sir Edmund Hillary habla sobre por qué se hacen las cosas: porque están ahí. Por eso se escala el Everest. Es como un pequeño momento en el tiempo, y tan rápido como entra en tu cerebro, uno lo arroja y descarta. Hay que hacerlo antes de descartarlo. Así es como el arte verdadero tiene una oportunidad de entrar en juego.

15 enero 2009

Grandes instantes del correo

Champ Libre a Editorial Castellote (telegrama)
Después de múltiples reclamaciones recibimos nuevos ejemplares de vuestra edición de La sociedad del espectáculo STOP Copiamos con turbación la nota mentirosa que has incluido y que dice como sigue: "Esta edición de La sociedad del espectáculo es la única autorizada por el autor en lengua castellana, habiendo desautorizado expresamente cualquier otra edición, especialmente la realizada por Editorial La Flor, ya que la misma contiene graves desviaciones respecto a la versión francesa original y al pensamiento del autor" [en castellano en el original] STOP Falta que el autor apruebe vuestra traducción que comporta casi tantos contrasentidos como la de Ediciones de La Flor STOP Vuestro proceder de gángster legalista os descalifica para siempre STOP No tendréis en ningún caso los derechos de ningún libro de Champ Libre STOP Ediciones Champ Libre



Editorial Castellote a Champ Libre [original en castellano]
Madrid, 5 de diciembre de 1977

Muy señores nuestros:

Con gran sorpresa recibimos su telegrama, en el que se pone de manifiesto una falta de honestidad profesional por parte de Vdes. con la que por primera vez, en nuestra larga tarea profesional, hemos tropezado. Su telegrama muy cómodo para que Vdes. queden libres de toda responsabilidad en una situación equívoca de la que los únicos responsables, y muy gravemente responsables, son Vdes., está lleno de inexactitudes y de falsas verdades a medias, de las que Vdes. parecen hacer una costumbre. Por ello creemos oportuno hacerle las siguientes puntualizaciones:
1. Cuando solicitamos y contratamos con Vdes. la edición de La sociedad del espectáculo, Vdes. jamás mencionaron, como era su grave obligación hacerlo, la existencia de otra edición de (en castellano) La sociedad del espectáculo. Si hubiéramos conocido esta situación, no nos habríamos lanzado a editar la obra.
2. Puestos al corriente por nuestro traductor del libro, y persona que ha tratado con Vdes. directamente, del espíritu quisquilloso del autor, decidimos que la traducción fuese realizada únicamente por dicho traductor que según sus propias manifestaciones, contaba en principio con el visto bueno del Sr. Debord y de Vdes. para verificar la traducción en condiciones que merecieran su beneplácito.
Verificada la traducción, pagada la misma, así como los derechos por Vdes. exigidos, nos encontramos con la desagradable sorpresa de que ya existía una traducción en castellano de la obra. Puestos al habla con nuestro traductor Fernando Casado, éste nos manifestó que dicha edición, era una edición no autorizada por el autor, y que Vdes. aseguraban ser los únicos depositarios válidos de los derechos.
3. Ante el hecho de que la edición realizada por Editorial La Flor, y no mencionada por Vdes. en ninguna ocasión, se estaba difundiendo rápidamente por todas las librerías de España, decidimos acelerar los trámites para poner a la venta el libro, confiando en todo caso en las características idóneas de la persona elegida para realizar la traducción.
4. Con gran sorpresa nuestra cuando el libro se puso a la venta, sin ninguna nota previa, nos encontramos con la desagradable situación de que los distribuidores en España de la Flor, divulgaban por las librerías, que la única edición que contaba con verdaderos derechos, era la suya, y que la nuestra era una edición pirata, pues Champ Libre no podía ceder unos derechos que no poseía. Ante esta situación, consultamos nuevamente, y con toda urgencia, dado los graves perjuicios económicos que este asunto nos estaba produciendo, con nuestro traductor y repetimos persona relacionada con Vdes., quien nos aseguró que se podía hacer constar que nuestra edición era la autorizada. Llegados a este punto, hemos de reconocer que pecamos no de gangsterismo como, con tan escaso sentido de la responsabilidad, Vdes. nos acusan, sino que pecamos de ingenuidad, confiando en que Vdes. actuaban de buena fe. Si no hubiésemos actuado ingenuamente lo procedente ante el sospechoso silencio inicial por parte de Vdes. en cuanto a la edición de la Flor, hubiese sido requerirles a Vdes. Para la devolución del anticipo de 2000 francos por Vdes. Recibidos, así como una indemnización por los gastos de traducción, estérilmente realizada.

De todas formas, y como prueba de nuestra buena fe a la que esperamos que Vdes. Correspondan con la suya, les proponemos la siguiente solución:
Primero: Dado que nuestra edición ha podido ser escasamente difundida en las librerías, por entrar en competencia con la edición ya existente, les proponemos enviarles a Vdes. la práctica totalidad de dicha edición a precio de costo, para que las inquietudes intelectuales del sr. Debord, queden plenamente satisfechas mediante la destrucción de los ejemplares por Vdes. condenados.
Segundo: Aparte del pago por parte de Vdes. Del costo de dicha edición, les sugerimos la oportuna conveniencia de devolvernos los 2000 francos. Creemos que esta sería la solución más honesta para ambas partes, pues no queremos sospechar que entre en sus propósitos ceder por tercera vez los derechos, para que en vez de dos, sean tres las editoriales perjudicadas.

En espera de sus siempre sorprendentes noticias, reciban un saludo de:
Jesús Castellote

P.D.: Por supuesto que no ignoramos que una interpretación legalista y rigorista de su contrato (artículo 5), nos obligaba, pero en condiciones normales, y no con otra edición castellana a la venta a enviarles la traducción antes de componerla, sin embargo, pensamos, que dadas las circunstancias descritas más arriba, y que Vdes. En buena ley no pueden ignorar, unida a la idoneidad de la persona elegida para la traducción con el consentimiento verbal de Vdes., dicha cláusula del contrato, no iba a ser invocada por Vdes. De forma tan poco realista y tan desconsiderada.



Guy Debord y Gerard Lebovici a Editorial Castellote
5 de enero de 1978

¡Castellote!

Tienes que ser verdaderamente una basura para atreverte a respondernos algo tan estúpido como tu carta del 5 de diciembre, después de los justos reproches que te hemos hecho.
Si es la primera vez en tu "larga carrera profesional" que te sucede esta desgracia, es preciso que esta "larga carrera profesional" se haya desarrollado bajo el franquismo. Se acabó. No queremos saber si eres tú más mentiroso que tu traductor, o a la inversa: no es ciertamente por azar que trabajáis juntos.
Las contradicciones de tu carta - que nosotros publicaremos - bastarían para juzgarte, incluso a los ojos de un niño pequeño bajo el franquismo.
Tú sabías perfectamente, basura, que los argentinos habían traducido La sociedad del espectáculo, puesto que se mencionaba en la edición de 1974 de Champ Libre, y que tu contrato con Champ Libre data del 5 de julio de 1976. Estos argentinos eran editores piratas, sin prevalerse, como tú, de un derecho exclusivo que no tenían; tu no eres entonces mejor que ellos, sino peor, puesto que no has hecho una traducción más exacta que la suya: una tercera edición mejor será autorizada en España.
Y puesto que sabías que otros piratas habían publicado este libro, y puesto que al mismo tiempo lo ignoras, pretendes entonces estar libre de la obligación "legalista y rigorista" de verificar la traducción con el autor.
¡Humo!

Se te reenvían tus dos mil francos. Tu madre.
Guy Debord, Gerard Lebovici



Editorial Castellote a Guy Debord
Madrid, 20 de enero de 1978

¡Debord!

Es necesario, para escribir una carta tan incongruente y tan llena de disparates, como la tuya del 5 de enero de 1978, que seas un cretino integral o un demente. No me interesa demasiado aclarar cuál de los dos es tu problema. ¿No ves, pedazo de acémila, que en ningún punto de tu carta recuerdas habernos expuesto con anterioridad y de una manera explícita la necesidad de competir con otra edición en castellano?, no es suficiente que lo hubieseis mencionado, no al hacer el contrato como es lo correcto, sino en una tirada vuestra (y pues nosotros no podíamos saber por esa sola mención que el mercado en habla castellana se encontraba inundado por otra edición). Pero se ve que para ti, pequeño burgués criado a la sombra del gaullismo, el dejar abandonada a una Editorial con una edición colgada como has hecho con nosotros, es cosa de poca monta ante la importancia que concedes a tu refinado divismo.

Tu sabes muy bien, gran cerdo, que lo único grave en este asunto es tu tremenda desconsideración y tu histérico comportamiento de intelectualillo de tres al cuarto. Te agarras a un clavo ardiendo para justificar lo injustificable. No contestas razonablemente al argumento sincero y fundamental de mi carta. Así que no te molestes en contestar de nuevo coceando, como un asno que en sus tiempos tuvo orejas, pues tu carta irá sin abrir al retrete, que es el sitio que le corresponde.

¡Publica también esta carta y tus florituras, me parece muy bien que la gente conozca lo que das de sí!

Muérete, cociéndote en tu propia salsa de elucubraciones pseudointelectuales.
Jesús Castellote

08 enero 2009

Consciencia



Todo de antes. Nada jamás. Jamás probar. Jamás fracasar. Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.

Rumbo a peor, Samuel Beckett